lunes, 14 de mayo de 2012

Sueño de Dédalo, arquitecto y aviador


 
del libro "Sogni di sogni" de Antonio Tabucchi, Selerio, Palermo, 2005.

Título original: Sogno di Dedalo, architetto e aviatore.
Traducción de: Victoria Montemayor



Una noche de miles de años atrás, en un tiempo que no es posible calcular con exactitud, Dédalo, arquitecto y aviador tuvo un sueño. 

Soñó que se encontraba en las entrañas de un palacio inmenso y estaba recorriendo un corredor. El corredor desembocaba en otro, y Dédalo, cansado y confundido lo recorría apoyándose en las paredes. Cuando terminó de recorrer el corredor, desembocó en una pequeña sala octagonal de la cual partían ocho corredores. Dédalo comenzó a sentir una gran angustia y un deseo de aire puro. Enfiló otro corredor, pero éste desembocaba contra una pared. Enfiló otro, pero éste también terminaba en otra pared. Por siete veces Dédalo lo intentó, hasta que al octavo tentativo, enfiló en un corredor larguísimo que después de una serie de curvas y ángulos desembocó en otro corredor. En ese momento Dédalo se sentó en una escalera de mármol y se puso a reflexionar. Sobre las paredes del corredor se encontraban antorchas encendidas que iluminaban frescos azules de pájaros y flores.
 

Sólo yo puedo saber cómo salir de aquí, se dijo Dédalo, y no lo recuerdo. Se quitó las sandalias y comenzó a caminar descalzo sobre el pavimento de mármol verde. Para consolarse se puso a cantar una antigua canción de cuna que había aprendido de una vieja sierva que lo había arrullado en la infancia. Las arcadas del largo corredor le devolvían su voz repetida diez veces.

Sólo yo puedo saber cómo salir de aquí, se dijo Dédalo, y no lo recuerdo.

En aquel momento desembocó en una amplia sala redonda, adornada con frescos de paisajes absurdos. Aquella sala la recordaba, pero no recordaba por qué la recordaba. Había muebles forrados con telas lujosas y, en medio de la estancia, un amplio lecho. Sobre el borde del lecho estaba sentado un hombre delgado, de vivaces y juveniles facciones. Aquel hombre tenía una cabeza de toro. Tenía la cabeza entre las manos y sollozaba. Dédalo se le acercó y puso una mano sobre la espalda. ¿Por qué lloras? le preguntó. El hombre liberó la cabeza de las manos y lo miró con sus ojos de bestia. Lloro porque estoy enamorado de la luna, le dijo, la he visto una sola vez, cuando era niño y me asomé a la ventana, pero no puedo alcanzarla porque estoy prisionero en este palacio. Me contentaría tan sólo con extenderme en el prado, durante la noche, y dejarme besar por sus rayos, pero estoy prisionero en este palacio, desde mi infancia soy prisionero en este palacio. Y volvió a llorar.

En ese momento Dédalo sintió una gran pena, el corazón le batía fuerte en pecho. Yo te ayudaré a salir de aquí, le dijo.
 El hombre bestia alzó de nuevo la cabeza y lo miró con sus ojos bovinos. En esta estancia hay dos puertas, dijo, y en cada puerta dos guardianes. Una puerta conduce a la libertad y una puerta conduce a la muerte. Uno de los guardianes dice sólo la verdad, y el otro dice mentiras. Pero yo no sé cuál es el guardián que dice la verdad y cuál el guardián que miente, ni cuál es la puerta de la libertad y cuál, la puerta de la muerte.

Sígueme, dijo Dédalo, ven conmigo.

Se acercó a uno de los guardianes y le preguntó: ¿cuál es la puerta que según tu colega conduce a la libertad? Acto seguido cambió puerta. De hecho, si hubiera preguntado al guardián mentiroso, éste, cambiando la indicación verdadera del colega, le habría indicado la puerta del patíbulo; si, al contrario, hubiera preguntado al guardián sincero, éste, dándole sin modificar la indicación falsa del colega le habría indicado la puerta de la muerte.

Cruzaron aquella puerta y recorrieron de nuevo un largo corredor. El corredor daba a la salida y desembocaba en un jardín colgante del cual se dominaba las luces de una ciudad desconocida.

Ahora Dédalo recordaba y estaba feliz de recordar. Debajo del césped había escondido plumas y cera. Lo había hecho para sí, para escapar de aquel palacio. Con aquellas plumas y aquella cera construyó hábilmente un par de alas y las colocó en la espalda del hombre bestia. Después lo condujo sobre el borde del jardín colgante y le habló.

La noche es larga, dijo, la luna muestra su cara y te espera, puedes volar hasta ella.

El hombre bestia se giró y lo miró con sus ojos míticos de bestia. Gracias, le dijo.

Ve, dijo Dédalo, dándole una palmadita. Miró al hombre bestia que se alejaba con amplias brazadas en la noche, y volaba hacia la luna. Y volaba, volaba.



2 comentarios:

  1. Uno de los personajes que me cautivo fue el minotauro,que no cuentan con una gran inteligencia, pero sus sentidos están muy desarrollados y tienen una gran agilidad. Al contar con un gran sentido de la orientación se les facilita vivir en laberintos subterráneos donde cualquier intruso se perdería fácilmente y seria capturado sin problemas.
    Alexandra Isla

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  2. Lloro porque estoy enamorado de la luna, pero no puedo alcanzarla porque estoy prisionero en este palacio...
    Que brutal metáfora de la cotidianeidad

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